Aunque ha
prevalecido el criterio de que los nombramientos de Marie Claire Acosta y la
perredista Patricia Olamendi fueron una cortina de fondo del conflicto del Congreso
con el secretario de Relaciones Exteriores, en el fondo hubo ahí una
definición de fondo: el papel activo de México para calificar
gobiernos y sistema políticos como parte del reconocimiento diplomático.
Los ataques
terroristas con aviones-misiles contra Estados Unidos sirvieron para definir
con claridad los términos de las relaciones del primer gobierno de la
alternancia en México con la Casa Blanca. Lo malo, sin embargo, ha sido
el hecho de que medios y legisladores personalizaron la disputa en la figura
del canciller Jorge G. Castañeda y no fueron al fondo de las cosas: la
política exterior de un gobierno no priísta.
En el pasado,
México pudo jugar al gato y al ratón con las relaciones exteriores
con EU. El presidente Echeverría diseñó una diplomacia
tercermundista, progresista y crítica a EU, pero le confesaría
al corresponsal del The New York Times que era un discurso de consumo interno.
Al final, Echeverría fue víctima de una campaña de desestabilización
doméstica pero apoyada desde el exterior.
López
Portillo fue activista centroamericano y apoyó a los guerrilleros salvadoreños
y a los sandinistas nicaragüenses, pero del otro lado buscó un acuerdo
energético con EU y comenzó a construir un gasoducto. El ciclo
De la Madrid-Salinas-Zedillo fue el de la integración total de México
a EU. En todos estos periodos, la política exterior de México
hacia EU fue determinada, sobre todo, por la personalidad de los presidentes
norteamericanos y las concesiones de los gobiernos priístas. El ciclo
de integración coincidió con una campaña de presiones de
Reagan y la CIA contra México y a favor de la oposición conservadora.
Las posiciones
doctrinarias de la diplomacia mexicana han sido definitorias. La Doctrina Carranza
fijó el punto de la no intervención al calor de la invasión
militar norteamericana a México como respuesta a los ataques de Pancho
Villa a Columbus. La Doctrina Obregón estuvo amarrada a los Tratados
de Bucareli: la negociación del pago a estadunidenses por daños
en la revolución Mexicana, a cambio del reconocimiento legal de EU al
gobierno obregonista.
La Doctrina
Estrada ha sido mal utilizada. Como canciller, Genaro Estrada fijó el
criterio en cuanto al reconocimiento de otros gobiernos sin atender su régimen
político. Más que calificar, Estrada estableció en 1930
la posición de mantener o romper relaciones con otro país sin
que ello significara la aprobación o reprobación de sus gobiernos
locales.
La Doctrina
Díaz Ordaz se definió al calor de Cuba y la campaña de
EU para el aislamiento. Esta posición diplomática dio un paso
adelante de la Doctrina Estrada porque tuvo que tener un criterio en torno al
gobierno en conflicto: continuar con el reconocimiento diplomático, independientemente
del carácter u orientación de los gobiernos.
A partir
de 1970, la diplomacia se personalizó en el presidente en turno. Echeverría
condenó el gobierno dictatorial de Pinochet y rompió relaciones
diplomáticas, al igual que ocurrió con el régimen franquista
de España. López Portillo fue más allá porque rompió
la no intervención en asuntos de otros países al firmar con Francia
el reconocimiento de la guerrilla salvadoreña como un factor político
interno y luego al involucrarse con en asuntos internos de Nicaragua al lado
del sandinismo.
Los priístas
que critican al gobierno panista fueron en el pasado intervencionistas en otros
países. El embajador lopezportillista en Managua y hoy diputado crítico
del canciller Castañeda, Augusto Gómez Villanueva, fue conocido
en esa época como el "noveno comandante sandinista". Y el hoy
presidente de una comisión de relaciones exteriores de la Cámara,
Gustavo Carvajal, llegó a entregarle dinero a los sandinistas y con ello
se metió en los asuntos de otro país violando las doctrinas que
hoy enarbolan sin rubor. ¿Entonces sí y hoy no?
Los principios
de la política exterior --no intervención en los asuntos de otro
país y autodeterminación de los pueblos-- nacieron de la historia
nacional conflictiva: invasiones de fuera, mutilación territorial y falta
de reconocimiento a movimientos revolucionarios. Es decir, fueron producto de
la ilegitimidad de los gobiernos surgidos de conflictos, revueltas y revoluciones.
La actual
representa una prueba para la legitimidad democrática de México.
El sistema priísta se escondió detrás del aislacionismo
para evitar que juzgaran su sistema autoritario y despótico. Asimismo,
usó la política exterior como un mecanismo de defensa ante el
expansionismo estadunidense, aunque la archivó cuando los gobiernos priístas
le cedieron el territorio mexicano como base para las operaciones de la CIA
en el contexto de la guerra fría contra la Unión Soviética.
Con un gobierno democrático y un sistema electoral no priísta,
la diplomacia mexicana tendrá que cambiar los supuestos diplomáticos
frente a Estados Unidos. Hoy no hay nada que ocultar.
LA DOCTRINA
CASTAÑEDA
Cuando el sistema autoritario priísta se cerró como una ostra,
sólo la presión norteamericana pudo abrirlo hacia prácticas
políticas más democráticas. En consecuencia, el proceso
de democratización mexicano le debe mucho al escenario internacional.
Si EU y los países europeos se hubieran regido por los principios de
la Doctrina Estrada, la democratización de México se habría
retrasado o entrado en la lógica de la violencia.
El apoyo
de EU al PAN en el gobierno de Miguel de la Madrid, las presiones norteamericanas
en el gobierno de Salinas para condicionar la firma del tratado comercial y
la cláusula democrática de la Unión Europea para el tratado
bilateral como factor de negociación con el gobierno de Zedillo lograron
apresurar la democratización de México y contribuyeron al reconocimiento
de la victoria de Vicente Fox.
Por tanto,
el papel paradójicamente intervensionista de otros países en México
permitió la democracia. De ahí que los criterios de política
exterior del gobierno de Fox sean diferentes, y más si representa a un
partido diferente al PRI. Y si a ello se agrega la apertura comercial de México
en el escenario de la globalización internacional, entonces las doctrinas
aislacionistas no son sino posiciones a contrapelo de la evolución de
las relaciones exteriores de las naciones.
El debate,
en consecuencia, no debe centrarse en el aislacionismo sino en la definición
de los criterios para el activismo diplomático externo. México
haría más por sí mismo desde una posición en el
consejo de seguridad de la ONU, que esperar que otros países participen
en los debates y México solamente esté obligado a acatarlos. El
petróleo, sus exportaciones y su papel en la dinámica financiera
prácticamente obligan a México a una nueva política exterior
más activa y menos pasiva.
En este
escenario se inscribe la Doctrina Castañeda. En un muy completo texto
publicado el domingo pasado en Enfoque, suplemento político de Reforma,
el canciller foxista establece los parámetros de la nueva política
exterior. La nueva diplomacia mexicana se definió "con base en el
cambio político inaugurado el 2 de julio del 2000" y en las transformaciones
del mundo. Por tanto, México será activo en defensa de la democracia
que le costó muchos años consolidar por la vía de la alternancia.
Este criterio
de activismo democrático es un principio de política exterior.
Y no es nuevo porque EU lo usa y la Unión Europea lo incluyó como
cláusula democrática. Y más aún: en su reunión
reciente en Lima, justo el día de los ataques terroristas contra EU,
la OEA incluyó la "carta democrática" en sus postulados.
En el pasado, el PAN utilizó la Comisión Interamericana de Derechos
Humanos de la OEA como espacio de denuncia contra los fraudes electorales del
PRI. Un país democrático ya no necesita protegerse detrás
de criterios de no intervención política.
Este escenario
explica las dos nuevas subsecretarías en la cancillería mexicana:
los derechos humanos y los espacios democráticos como parte de la nueva
diplomacia. En la doctrina priísta de la no intervención y la
autodeterminación, estas oficinas diplomáticas hubieran sido un
desatino pues el PRI fue un ejemplo internacional de violación de derechos
humanos y de autoritarismo antidemocrático.
El activismo
mexicano se basaría, según el texto de Castañeda, en criterios
inocultables: los temas globalizados de democracia, derechos humanos y medio
ambiente, el papel importante de países que no son potencias pero que
pueden influir en el establecimiento de nuevas reglas y normas internacionales,
la importancia del petróleo en el mundo, la urgencia de consolidar el
comercio exterior como fuente de recursos y la globalización financiera.
Si México
no participa activamente, entonces otros países lo harán en su
lugar y México estará obligado a cumplir con sus conclusiones.
Lo mismo ocurre en la relación bilateral con Estados Unidos. Los años
de enconchamiento de México le dejaron a Washington la iniciativa, pero
México lo hacía por la falta de legitimidad democrática
que le daba el autoritarismo priísta. La consolidación de un régimen
democrático, con vida política nacional, será el mejor
criterio de contención del expansionismo ideológico, político
y militar de EU.
La crítica
contra esta nueva política exterior parte del priísmo y del perredismo
que alguna vez --no hace mucho tiempo-- fue priísta. El principio de
nacionalismo que enarbola la crítica priísta-perredista es el
mismo que escondió al PRI de la observancia internacional. Y en esos
años de confrontación con EU, México no sacó ninguna
ventaja y al final tuvo que ceder más de lo indispensable.
"Un
mundo abandonado a la espontaneidad de sus fenómenos es un mundo menos
favorable a nuestro país, sobre todo en un sistema internacional asimétrico.
Los actores centrales del sistema internacional contrariamente a la inmensa
mayoría de los otros países, siempre se han beneficiado del curso
espontáneo de las tendencias mundiales, el cual favorece inevitablemente
al más fuerte", dice el canciller en su texto.
El debate
entre cancillería y oposición debería ser más serio
y profundo. En el pasado, el aislamiento mexicano fortaleció el mundo
bipolar. Y el riesgo de que el planeta arribe al perverso unilateralismo puede
enfrentarse con la participación de los países medios. Pero parece
que sigue latente el rencor hacia EU y no una negociación más
equilibrada.
La diplomacia es la habilidad para conseguir objetivos. Lo escribió Jorge
Castañeda padre en la introducción al libro México y la
Revolución Cubana, de Olga Pellicer:
"A
fuerza de oír el ritual de ciertos postulados jurídico-políticos,
tales como la no intervención, la igualdad jurídica de los Estados,
etcétera, a menudo se tiene la impresión de que la política
exterior mexicana es resultado del deseo altruista y noble de lograr la constante
aplicación del derecho internacional. Si bien no hay divorcio entre sus
postulados y los objetivos de política exterior mexicana, su mera invocación,
aún reiterada y ferviente, no hace las veces de una política.
"Las decisiones en materia de política exterior son el resultado de un proceso de conciliación entre los planteamientos ideales del derecho internacional y las presiones provenientes de los factores de poder, nacionales y extranjeros, interesados en influir en esas decisiones".